Es la joya artística de Ólvega y una de las mejores muestras del romanismo soriano. Sus proporciones son grandiosas –el mayor de la Diócesis de su estilo y época- llenando toda la cabecera del ábside. Ha sido recientemente restaurado juntamente con la fábrica de la iglesia, ganando todo el conjunto empaque y suntuosidad.

 

El escultor

 

 Mientras un documento no venga a despejar esta incógnita, seguimos opinando que el entallador y escultor de la mayor parte de este retablo .si no lo es de todo él- es el artífice soriano llamado Francisco de Ágreda.
 En él convergen reminiscencias de la escuela castellana del segundo tercio del siglo XVI y los nuevos aires de último tercio, sirviendo como eslabón entre los gustos de esos dos importantes periodos del siglo XVI español. Por supuesto, perviven también en su obra elementos platerescos en la mazonería, como Hermes en las columnas, hornacinas renacentistas con veneras en las entrecalles, o pequeñas o ficticias polseras.
 Pero, como características propias que los distinguen y diferencian, están eso rostros redondos, casi planos, rígidos, quietos y pensantes más que tensos de muchas de sus tallas.
 En contraste la expresividad de los atlantes evangelistas y de los relieves del cuerpo central de aquel mismo retablo de Soria, se repiten y superan en los evangelistas olvegueños. Pervive además en ellos la influencia de Juan de Juni en su notable musculatura y ese “salirse” la figuras de su marco.
 Asimismo, en los relieves suele seguir una constante disposición y ordenamiento de figuras en estratos, superponiéndolas, olvidando casi la perspectiva.
 El nombre de Francisco de Ágreda era desconocido, hasta que el Marqués de Saltillo (1948) nos lo revela en su libro Artistas y Artífices Sorianos, como el autor de los retablos de San Juan de Rabanera (1556) y El Salvador (1565), aunque es autor de otras obras.

El pintor

 El retablo de Ólvega no es solamente una obra escultórica importante. La labor pictórica que aparece en él es de filigrana y será necesario insistir a los que los visiten, que contemplen esa realidad tan gratificante.
 Hay que mirarlo despacio, ya que irás descubriendo continuamente todo tipo de detalles. Toda la mazonería está cubierta de motivos ornamentales de uno u otro tipo, como si los pintores hubieran padecido el “horror vacui” de los barrocos. Hay esculturas y relieves que tienen un doble valor añadido en las filigranas de sus policromías...
 Los autores que se dedicaron en 1593 a pintar, dorar, estofar, grabar y encarnar dicho retablo, “por tiempo de cinco años” fueron Juan de Baraiz y Francisco Metelín, vecinos de Tarazona, capital de la diócesis a la que pertenecía entonces Ólvega. Además, el último murió y esta enterrado en esta Villa (1964).
 Entre las particularidades de esta pintura está el ejemplo de labores a punta de pincel en las policromías, ocultando más el oro que en la época precedente. Las encarnaciones de rostro o manos son a pulimento, muy brillante. Hay pinturitas preciosas que recuerdan el estilo pompeyano, aunque estos detalles los descubriremos más adelante.

Arquitectura y organización

 

Este retablo se presenta a modo de una gran fachada, como consecuencia de las doctrinas del concilio de Trento (1545-1563), los retablos de España se organizan según un esquema monumental.
 Precisamente, en su última sesión, celebrada el 4 de diciembre de 1563, el segundo decreto establecía:
“Enseñen también diligentemente los obispos que, por medio de las historias de los misterios de nuestra Redención, representados en pinturas u otras reproducciones, se instruye y confirma el pueblo en recuerdo y culto constante de los artículos de la FE”
 
Es este retablo se recogen algunos hitos de la “Historia de la Salvación”, con episodios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Cabe ver en él un sentido simbólico, pedagógico-catequético y devocional.

Al celebrar el sacerdote la santa misa de espaldas al pueblo hasta 1964 y desarrollarla en forma de misterio, requería como contrapartida un escenario intuitivo, que ayudase a los fieles a unirse a ese misterio salvador. Además, con la contemplación visual de las distintas escenas de la “Historia de la Salvación”podían instruir sus mentes en sentido cristiano. Servían para la formación religiosa y la practica devocional del pueblo.
 Este grandioso retablo se compone de un zócalo de piedra sobre el que descansa el gran banco o predela que a su vez soporta dos pisos con tres calles y dos entrecalles, más el ático. Además, las polseras ficticias los ensanchan por el centro de los lados.
 

 El banco lo forman cuatro medallones de los pedestales y dos calles con casas para dos relieves. En la actualidad la central está vacía. La parte superior e inferior está enmarcada por un doble friso con decorado plateresco. El cuerpo, es sus dos pisos, está flanqueado por las dos grandes columnas de los lados, acanaladas y adornadas con Hermes en su tercio inferior, y con capitel corintio. Sobre ellas se levantan el entablamento superior, adornado con cabezas de ángeles, guirnaldas de flores y “amorcillos” que sostienes cartelas. El interior de este ensamblaje, para formar los dos pisos y entrecalles, se ha subdividido en cuatro pares de columnitas del mismo tipo que las grandes, pero con el capitel con volutas jónicas.
 El ático o remate responde a un frontón enmascarado, dividido en dos niveles. En el primero repite la misma disposición del cuerpo, adaptándola en parte a la arquitectura de la bóveda. Remata la calle central en ala ojiva absidal con el triángulo del Padre.

Interpretación teológico-parenética

 En nuestra opinión todo el retablo es un primer plano de la “Historia de la Salvación” del hombre. Y esta historia culminará con el encuentro con el Padre. De ahí que ocupe el lugar más alto o remate del retablo que llega desde el basamento de piedra del suelo hasta las bóvedas, es decir, desde la tierra hasta el cielo. Así, el cristiano tiene que vivir en la tierra, pero su vida debe de estar orientada hacia Dios y dirigida al cielo.
 Cristo, el Hijo de Dios, nos podía haber redimido con cualquiera de sus acciones porque eran todas de valor infinito. De hecho, nos redimió con toda su vida, que fue plenamente agradable al Padre, pero quiso darnos pruebas mayores de su amor al entregarse voluntariamente a la Cruz por nosotros. Por eso, su crucifixión está en lo más alto, como por encima de los otros misterios de la vida del Señor, también salvadores.
 Además, aquella comunidad cristiana de Ólvega de la segunda mitad del siglo XVI, que conservaba tanto espíritu religioso, eligió precisamente para el retablo de su iglesia el programa iconográfico de los misterios de la vida de Jesús, en los cuales tomó parte directa la Virgen, no en vano su parroquia esta dedicada a Santa Maria la Mayor.
 El mensaje de la Salvación de Dios a los hombres fue anunciado antiguamente por los Profetas. Por eso, se les ha querido reflejar también en él con la presencia en eso dos guardapolvos ornamentales de los lados. Pero Dios no dio a través de su Hijo la Palabra, representada por los cuatro evangelistas de la predela, simbolizando en esa proximidad material, en la parte inferior, que se palabra fue y es mucho más cercana a nosotros.
 Sin embargo, no toda la palabra salvadora de Dios está escrita –los tiempos de la construcción del retablo eran posconciliares, tras la llamada Reforma luterana- sino que está en la iglesia y en la fe del pueblo de Dios, y se transmite por la tradición. Esto queda recogido y simbolizado en los Cuatro Santos Padres de la iglesia Latina.
 Cristo quiso asociar a su plan de redención a su Madre, el fruto mejor de esa misma redención (relieves de Anunciación y Visitación. San Juan representó en el Calvario a todos los hombres. En su persona, el Señor nos entregó a María por Madre espiritual nuestra, real y verdadera Madre.
 De ahí también que en la calle central, en ese camino hacia el Padre, por voluntad de Cristo, se nos presente la figura de la Virgen en dos de sus misterios: la Virgen con el Niño, Madre de Dios (más el Precursor y San José), antaño encima del Sagrario; cristo Eucaristía, Hijo de María, para alimento de los hombres en su peregrinar hacia el cielo; y la asunción de la Virgen, como fruto sazonado de la tierra, coronada por los ángeles porque supo plegarse mejor que nadie a la voluntad del Padre, modelo para los hombres.
 Anteriormente, nos hemos referido ya a su presencia en cuatro de los misterios de la Infancia de Jesús, representados en el retablo. En la parte alta, a uno y otro lado del Calvario, se representan dos momentos sucesivos del Sacrificio de Isaac del Antiguo Testamento, que es anticipo y figura del Sacrificio de Cristo en la Cruz. En la otra mitad del relieve, a la derecha del Calvario, se simboliza la Salvación traída por Cristo.
 Las dos figuras del bulto que llevan el demonio aplastado a sus pies –san Bartolomé y San Miguel-, pregonan la victoria de Cristo sobre el pecado y el poder del infierno. La muerte de Jesús dividirá en dos partes la historia del mundo; antes de Cristo y después de Cristo. Por eso, las dos esculturas de bulto redondo, que representan a la iglesia y a la sinagoga, mirarán al Crucificado, como el epicentro de la “Historia Salvadora” de la humanidad. Y, por encima de todo, Dios Padre, meta final del hombre destinado a la visión beatífica por toda la eternidad.
 

Descripción iconográfica

 

El Banco

Seguiremos el orden de izquierda a derecha y de abajo arriba.
• San Marcos: Magnífico altorrelieve que parece salirse de su espacio, como muchas figuras de Juan de Juni. El evangelista porta un libro y en su mano izquierda alzaría un “stilus”. A sus pies hay un león –su símbolo-, en postura forzada y de factura no muy cuidada.
     Se nos quiere caracterizar al personaje, con su calva y mechón de pelo en la frente, expresividad en el rostro, sin barba, antebrazos desnudos y descalzo. Viste manto dorado, magníficamente dispuesto, sobre una túnica oscura. Esa pierna adelantada enriquece la categoría de la talla. La musculatura, aunque miguelangelesca resulta elegante en gesto y ademanes, y ponderada y contenida al gusto de la época.
     No pasemos por alto la filigrana pictórica del fondo del óvalo, los ángeles de los ángulos, la policromía de la vestimenta del Evangelista y la brillantez de las encarnaciones de cara y brazos.
 
• La Anunciación: Tiene relieve con fondo liso dorado. El escenario lo componen un baldaquino redondo con cortinas entreabierta, un reclinatorio con figura atlante y un jarrón con azucenas. Entre los personajes está el bello Arcángel Gabriel, correo o mensajero que parece como si acabara de posarse en el suelo con rica vestimenta y cuidado cabello. Porta cetro dorado, bordeado de la filacteria con el Ave María, que es en realidad el rodillo de madera para enrollar los mensajes.
     El gesto de la Virgen es de turbación, según dice el Evangelio, ante la presencia del ángel. Lo refleja el escultor en ese brazo cruzado en la rodilla ligeramente levantada y, sobre todo, en la concentración y reflexión del rostro pensante. Tanto en el arcángel como en la Virgen se ha buscado arquetipos de belleza, según los gustos del siglo.
     En el ángulo superior izquierdo del cuadro se suma al momento de la Anunciación, la Trinidad Santa: el Padre Eterno. En una nubecilla, hay un niño con cruz en Tau, que simboliza la Encarnación del Hijo; el espíritu Santo en forma de paloma, que lo señala el Arcángel con su índice.
 
• San Juan Evangelista: Tiene un medallón con el Evangelista vuelto hacia el centro del retablo y con una magnífica águila por símbolo. Es una talla llena de fuerza y energía, con elegante tratamiento en la vestimenta policroma. Está en actitud de escribir con nervio, como lo demuestra eso músculos brazo tan del gusto de Becerra. A la vez, el gesto del personaje es de suma concentración, como pendiente de la inspiración divina para escribir su Evangelio. El libro lleva escrita la palabra “Deus”, que nos evoca al Prólogo joanneo: “Et Verbum erat Deus”.
     El apóstol aquí se presenta con categoría y recia personalidad muy diferente de otras representaciones flojas y acarameladas. Detengámonos también en toda su abundante labor pictórica existente. Algunas de sus figurillas nos recordarán la pinturas pompeyanas.

• San Mateo: El personaje está vuelto también hacia el centro del retablo. Y todo sobre esa zona de dicho manto.

 

El Primer Piso
• Adoración de los pastores en Belén: el artista crea sensación de profundidad en la estancia o retablo, con el entramado de la cubierta como en perspectiva. El centro de atención de la escena lo ocupa el Niño Jesús. A él convergen las miradas de todos los personajes, como la Virgen, de bello rostro, sentada, con túnica y manto terciado, que levanta cuidadosamente la mantilla que cubría a su hijo, para que contemplen su hermosura los pastores; o San José, de pie, con barba y cayado curvo, que está detrás de ella. Cuatro pastores, dos jóvenes y otros dos de más edad, se superponen escalonadamente. Los dos primeros son musculosos y el primero de ellos lleva medias calzas, mostrando, empinándolo, un corderito al Niño. De los otros dos pastores hay uno cubierto con forro frigio y otro se distingue por un mechón de pelo en la frente, tan del gusto de este escultor. Al fondo del cuadro se divisan las cabezas de la mula y el buey. Por último hay que advertir una curiosidad: en el manto de la Virgen, hacia las rodillas hay pintada una imagen de María con el niño en brazos.

• San Gregorio Magno, Papa: En la entrecalle siguiente y bajo venera de concha está el Santo Padre de la Iglesia Latina. Las columnitas de los lados imitan al orden jónico, son estriadas y llevan decoración plateresca en el tercio inferior. Se trata de una bella talla de bulto redondo. El escultor lo caracteriza con la tiara papal de triple corona, con el brazo derecho en alto de gran orador y con el libro de escritor y Padre de la Iglesia. Viste alba y capa pluvial, elegantemente terciada. El gesto de su rostro, con la mirada hacia lo alto, nos quiere sugerir su vida monástica y contemplativa, anterior a su elevación al pasado.

• La Sagrada Familia con San Juan Niño: Ocupa la hornaciona central cubierta de venera con casetones. Parece todo este maravilloso conjunto o grupo de una sola pieza escultórica. A ello se debe quizá esa postura forzada de San José, apoyándose en el respaldo del amplio sitial de la Virgen, como contemplando embelesadamente a su esposa y al niño Jesús. Aquí el artista nos lo caracteriza de forma diferente, con más edad que en el cuadro anterior de la Adoreción de los Pastores.
     La virgen, de rostro agraciado y sereno, semeja a una elegante matrona romana, sentada en amplio trono. Viste túnica policromada y manto terciado sobre regazo. La postura de Jesús es graciosa, con su bracito en alto mostrando a su Madres, y su figura, bien realizada, es sostenida por la Virgen con la mano derecha. Además, está San Juanito, también desnudo que quiere auparse al otro lado de la Virgen.

• San Jerónimo: Escultura de bulto redondo. Representa el Santo de la edad avanzada. Va tocado con el capelo cardenalicio, al que renunció, según la tradición. En la mano derecha lleva una piedra para golpearse, que simboliza la penitencia que hizo retirado en la gruta de Belén. En la otra mano porta un libro que es La Vulgata, versión latina de la Biblia, realizada por él mismo y que se estableció en el concilio de Rento como texto oficial de la iglesia. Sobre el libro se ve una iglesita que puede significar que es Doctor de la Iglesia o bien que es la iglesia levantada sobre la cueva de Belén. Tiene a sus pies un león que hace mención a la leyenda de que, agradecido por haberle sacado una espina de una pata, se le acercaba mansamente.

• La Adoración de los Reyes Magos: Relieve de composición muy parecida a la de “Los Pastores”. Para dar sensación de profundidad a la escena pone aquí de fondo, en el lado izquierdo, la arquitectura de un templo con pilastras jónicas. Por un arco del mimo se ve la estrella con sus rayos de luz. El centro de atención de todos los personajes es el Niño Jesús. La Virgen está sentada, con aires de gran dama. Su rostro es bello y redondeado, como gusta a este artista. Va ricamente ataviada y con elegante pañuelo que le cubre en parte la cuidada cabellera, llevándolo cogido con broche sobre el pecho. San José, de pie, apoyando la manos sobre su cayado, con aspecto venerable y cubierta la cabeza al modo judío contempla la escena.
 El Niño curiosea o juega con los dones del cofre o copeta que le presenta el primer Rey. Éste hinca curiosamente la rodilla izquierda, en señal de adoración, y se desprende de su corona ante Jesús, que la tiene a sus pies. El rey Gaspar, todavía con su corona en la cabeza, tiene también hincada su rodilla, pero el cofre está cerrado aún entre sus manos. Y, por último, el rey de color está aún de pie, siguiendo el ritual. La vestimenta es variada en cada uno de los tres personajes, lo mismo que el tratamiento de la barba.
El Segundo Piso
• La circuncisión del Señor. La escena se presenta con fondo de arquitectura para insinuar alguna perspectiva. El centro lo ocupa una mesa, a modo de gruesa losa de altar con mantel, con el Niño Jesús encima de ella. En la parte delantera de la misma se adivinan, como esculpidas en ella, las formas del candelabro de los “siete brazos”, símbolo de la religión judía.
• El sumo Sacerdote revestido de los ornamentos pontificales, tocado con la típica mitra o bicornio, con abultadas barbas y con algo constante en la mano preside la ceremonia de la circuncisión. A la izquierda, la Virgen levanta ligeramente las manos, como madre ante el llanto de dolor de su hijo por la herida cruenta del rito. Detrás, una doncella, con peinado y moño griego, presenta una cestilla de ofrendas. Además, se nota una paloma.
El primer personaje de la derecha, que nos da la espalda, parece ser San José, que sujeta por los pies al Niño Jesús y, anecdóticamente, vuelve el rostro para no ver el rito sangriento. El personaje siguiente reproduce anatomías “miguelangelescas”, tan del gusto de este escultor, y porta una larga vara, como acompañante que guarda la de San José. Detrás del Pontífice se ve una figura venerable de mujer. Sin duda, es la profetisa Ana que contempla la escena.

• San Ambrosio: Arzobispo de Milán y otro de las Santos Padres de la Iglesia Latina. Lleva alba, capa pluvial terciada y mitra. El gesto declamatorio de su brazo derecho nos sugiere su cualidad de orador, con la que contribuyó nada menos que a la conversión de San Agustín.

• La asunción de la Virgen o “Santa Maria la Mayor”. Majestuoso grupo escultórico que tiende ligeramente hacia la forma de un óvalo. A primera vista, da sensación de conjunto abigarrado de figuras macizas y pesadas, pero el escultor ha sabido darle movimiento ascensional para corroborar el misterio mariano que representa.

 

 Así, el cuerpo de la Virgen –otro logro ponderado del artista-, con su forma sinuosa y pronunciamiento helicoidal, a pesar de su ampulosa vestimenta, parece despegarse del suelo y elevarse con suavidad. El pie izquierdo, adelantado y en el aire, confirma la sensación de movimiento ascensional. Y, con la posición de las rodillas y el cruzar del brazo sobre el pecho, gana ingravidez. Por si fuera poco, los dos angelotes de abajo, con sus esforzados gestos y apoteosis grande expresa la pareja de “amorcillos” de en medio. Y los dos Ángeles de la parte superior colocan una corona de oro sobre la cabeza de la Virgen, como Reina y Señora, Asunta de los cielos 

  
• San Agustín: Escultura del santo Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia. A la vestimenta episcopal se le añade en la mano izquierda una iglesita, que probablemente simboliza su obra inmortal De Civitate Dei, precedente de los modernos ensayos sobre el corazón con que suele representarse al “Doctor de la Gracia”.

• La Huida a Egipto: Sobre un fondo de naturaleza – desnivel de terreno, árboles, hierbas y palmera-, se nos quiere sugerir la idea de un oasis, en el camino de desierto hacia Egipto. La Virgen, portando sobre su regazo al Niño va montada “a sentadillas” en una borriquilla. Se representa, de forma anecdótica, al animal bebiendo agua o comiendo. Un personaje musculoso, con medias calzas, le propina palos. Este detalle es infrecuenta en representaciones temáticas semejantes y nos llevaría a desechar en dicho personaje la figura de San José. Tiene que serlo por estar representado de igual modo que en el relieve de la circuncisión. Quizá la interpretación más atenuante de este gesto anecdótico sea que, con ello, se quiere reflejar la prisa por huir de Herodes.
El Ático
• La Iglesia y la Sinagoga: Las esculturas exentas que vemos en los extremos, sobre la cornisa del entablamento superior, encima de las dos columna mayores que enmarcan el retablo, representan o son senda personificaciones, respectivamente, de la iglesia de Cristo y de la Sinagoga o pueblo judío, en otro tiempo pueblo escogido de Dios. Con el sacrificio de Cristo fue sustituido y sublimado por la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios en la tierra.

• El sacrificio de Isaac: En el relive siguiente –lado izquierdo- se representa el sacrificio de Isaac, figura que fue del Sacrificio de Cristo. Pero, en la mitad del relieve opuesto, se escenifica parte de este mismo hecho bíblico de Abraham: su marcha antecedente hacia el monte Moria. Figuran allí un muchacho joven portando un haz de leña y otro personaje señorial que lleva larga espada y ánfora de un asa para el sacrificio.
En ese primer relieve, sobre un altar de piedra en forma de paralepípedo, se amontona la leña. Sobre ella se ve a Isaac de rodillas, doblando el cuerpo y con las manos atadas. Tiene los ojos vendados con un pañuelo. Abraham, con la mano izquierda, levanta dicho pañuelo y la cabeza del muchacho. Con la derecha blande un espada que es agarrada en el aire por el ángel del Señor con sus dos manos. Al pie del altar –lado izquierdo-, se ve el carnero sustituto para el sacrificio. A la derecha hay un pebetero, en forma de bello jarrón turífero, que simboliza la aceptación del sacrificio por parte de Dios.

• San Bartolomé Apóstol: La escultura de bulto redondo en la entrecalle siguiente representa al Natanel del evangelio joanneo que lleva el demonio a sus pies.

• El Calvario: Parece una buena representación. 

 

El estudio anatómico del Crucificado es bastante cuidado. Los ropajes de la Virgen y de san juan son abarrocados y abultados. La Virgen muestra su dolor, volviendo ligeramente la cabeza a su derecha, y llevando a la izquierda sus manos juntas. San Juan contempla a Cristo, ya muerto, según aquello de su Evangelio “Mirarán al que traspasaron”. En los tres personajes la nariz aparece más afilada. Es quizá, junto con esa mayor tensión barroca que se adivina también aquí, la prueba de la existencia de una segunda mano en este retablo.  

• San Miguel Arcángel: Escultura llena de movimiento, representando a “Mi-ka-el”, como joven guerrero vestido al modo clásico que pisotea al dragón infernal.

• Moisés Salvado de las Aguas del Nilo. Ocupa tan solo la mitad derecha del relieve o cuadro siguiente. De la otra mitad ya hemos indicado su vinculación con el relieve del sacrificio de Isaac. ¿Acaso fue otra la primitiva disposición de esteático? ¿Se realizaron los relieves y esculturas antes que la labor de los entalladores y por eso se solucionó de esta manera? Lo desconocemos.

 


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